viernes, 6 de julio de 2012

Escuela de Padres 2012 Julio 6


Colegio Santa Caterina da Siena – Lambaré
Escuela de padres 2012


4º Encuentro: “Autoridad, una propuesta existencial”


La segunda gran palabra dice así:”Autoridad, o sea una propuesta existencial”.
Es simple porque está ya contenida en lo que decíamos la vez pasada: si la educación es la oferta de una hipótesis explicativa de la realidad, de una razón de bien, de una posibilidad de esperanza en la vida, es necesario un lugar donde esto se vuelva concreto, verificable, visible. Este lugar, dice Giussani, se llama autoridad, restituyendo a la palabra autoridad su verdadero significado latino auctoritas: “Lo que hace crecer”, lo que acompaña.
Leamos:“La función educadora de una verdadera autoridad se configura precisamente como “función de coherencia”. Un llamamiento continuo a los valores últimos y al compromiso de la conciencia con ellos, un criterio permanente para juzgar toda la realidad, una salvaguardia estable del nexo del joven y el sentido último y global de la realidad”.

¿Qué quiere decir función de “coherencia ideal”? Quiere decir que la mamá y el papá no son Superman, no son Dios, no son perfectos, y esto nuestros hijos nos lo perdonan. Lo que se les hace difícil perdonar es la falta de una coherencia ideal, la falta de una hipótesis buena sobre la vida; después podemos caer, podemos mostrarnos débiles, pueden manifestarse todas nuestras debilidades, que nuestros hijos entienden muy bien.
Por el contrario, lo que don Giussani define “función de coherencia ideal” es otra cosa: no es la coherencia ética, no es que seamos buenos y justos, que seamos honestos, sino que permanezcamos firmes frente a la hipótesis que nos hace vivir. Tenemos una hipótesis que nos hace vivir, y el hijo nos ve involucrados en la verificación de dicha hipótesis, siempre y constantemente, percibe al padre y a la madre como una casa cimentada  en la roca por esta coherencia ideal, por esta función de coherencia ideal. Esta es la autoridad – cuántos profesores podrían atestiguarlo – que permite al alumno mirar con verdadera estima a su profesor: no porque sabe todo, sino porque sabe hacia dónde se dirige, hacia dónde te está llevando y te puedes fiar. Uno puede también decir a sus alumnos:“Yo esta cosa no la sé”, o “me he equivocado y me corrijo”. Un papá y una mamá pueden decir a sus propios hijos:“perdóname, me equivoqué, como se equivocan todos”, no es este el problema. El problema es desarrollar una función de coherencia ideal, por la cual un hijo mira a sus padres y entiende que ellos están firmes con respecto a la finalidad de la vida, están seguros en la esperanza que han intentado testimoniarle y comunicarle.

En “Acontecimiento de libertad”, Giussani hace decir al maestro: “Lo que puedo comunicarte es aquello que vivo y te lo comunico haciéndote ver algo que yo mismo sigo. Yo trato de indicarte aquello que yo mismo sigo, para que tú tengas la posibilidad de verificar lo que te digo”, de modo que la relación entre quien educa y quien es educado sea también un proceso de verificación común, es decir sea algo en donde sea quien educa como quien es educado de alguna manera aprenden. Por eso la tarea del maestro no es simplemente enseñar, sino hacer entender, es decir iluminar la experiencia del otro a través de lo que se enseña. Hacer entender es más grande que enseñar, porque hacer entender implica tu persona, te implica, consiste en iluminar la vida del otro a través de lo que se enseña.

Después de haber explicado que la autoridad es esta función de coherencia ideal, Giussani señala como autoridad ante todo a los padres:
“Sean o no conscientes de ello, la primera autoridad son los padres. Su función es generadora. Por eso mismo inducen a un modo de concebir la realidad, introducen en un flujo de pensamiento y de civilización. Su autoridad, inevitable, es un hecho y constituye una responsabilidad. Semejante hecho puede ser desconocido por ellos, pero subsiste. Los padres representan en la vida del adolescente la permanente coherencia del origen consigo mismo, la dependencia continua de un sentido global de la realidad que precede y excede por todas partes al beneplácito del individuo”.

Este rol del adulto es tan importante, tan decisivo, tan constitutivo que:
1º. Ante todo es “inevitable
2º. Es “la única verdadera responsabilidad que se tiene frente a los hijos”,
3º. Impresiona, “es más grande, y va más allá del consenso mismo del hijo”.

Dante Alighieri, “Brunetto Latini”, I, XV, vv. 79-85

«Si pudiera cumplirse mi deseo
aún no estaríais vos - le repliqué-
de la humana natura separado;
que en mi mente está fija y aún me apena,
querida y buena, la paterna imagen
vuestra, cuando en el mundo hora tras hora
me enseñabais que el hombre se hace eterno;
y cuánto os lo agradezco, mientras viva,
conviene que en mi lengua se proclame.

“La autoridad es alguien que te representa mejor en aquello que percibes como una falta o en aquello que percibes como positivo en ti... Representa mejor aquello que yo soy. Tanto es cierto que tratamos de que nos sustituya: por ejemplo, tratamos de apoyarnos en ella, de hacerla hablar en lugar de hablar nosotros, y de este modo la dejamos siempre fuera de nosotros y no aprendemos de ella. Si por el contrario yo aprendo cómo hace para ser más grande que yo en aquello que siento como una falta, si me hace entender más los motivos de mi melancolía o si me hace entender más las razones de mi alegría, entonces la autoridad se queda dentro de mí, pero se queda dentro de mí más coincidente conmigo, y yo estoy más a su altura, estoy más a su nivel, porque aprendo de ella. ¿Me explico? Y de este modo la autoridad se vuelve amiga. Cuando leía a Leopardi en el bachillerato – ¡lo he leído todo el mes de mayo sin estudiar nada! – no me era amigo. Representaba lo que sentía mucho mejor de lo que hubiera podido hacerlo yo, pero no me era amigo: era una autoridad estática, fuera de mí. Cuando más tarde comencé a entender ciertas cosas, entonces Leopardi me enseñaba: me daba las razones de su ser melancólico y descubría de estas razones que se equivocaba, las razones no eran exactas; era así porque olvidaba ciertas cosas. Entonces tendría que haber estado en contraste con él; pero no sólo no estaba en contraste sino que me daba pena y se volvía amigo mío. Uno se vuelve amigo en la medida en que lo interiorizas, es decir en la medida en que comprendes las razones que él te representa: cuando comienzas a entender las razones y a ser crítico hacia ellas – entenderlas más o de lo contrario entender sus límites –, entonces aquella autoridad comienza a volverse amiga tuya.
Los jóvenes de ahora ya no tienen autoridad alguna, excepto quien guía su canto, quien los lanza en la baraúnda, en el baile, etc. La característica de esta autoridad, que no corresponde a algo que uno es, es que es breve: aquello que te hace bailar y cantar en la discoteca vale para ese momento, cuando regresas a casa ya no vale. Sin embargo, cuando uno encuentra a alguien que representa el propio dolor mejor de cuanto uno lo pueda hacer, lo tiene siempre como compañía…”. (Giussani, Tú o de la Amistad)

San Pablo, dirigiéndose a los Tesalonicenses, casi olvidando su dignidad de apóstol, dice: “Nos hemos hecho como niños en medio de vosotros(1Ts. 2, 7 vulgata). Así el apóstol Pedro recomienda: “Estén siempre listos a responder a cualquiera que os pida razón de la esperanza que está en vosotros” y exhorta que en la enseñanza se observen ciertas reglas, y agrega: “Aun así que todo esto sea hecho con dulzura y respeto, y con una recta conciencia(1P 3, 15-16).
Luego, cuando Pablo dice a su discípulo: “Esto debes enseñar, recomendar y reclamar con toda autoridad”, no pide una actitud autoritaria, sino más que nada la autoridad de la vida vivida. De hecho, se enseña con autoridad cuando primero se hace y luego se dice.

Un amigo mío siempre dice a sus hijos: “si yo hubiese estado presente, habrías hecho lo que hiciste?”. Autoridad es una presencia capaz de juicio.

Nuestros hijos tienen derecho a padres y profesores cuya grandeza, cuya estabilidad, cuya personalidad estén determinadas en su fisionomía, en su capacidad de bien, de algo distinto a la respuesta de los hijos. Cuanto más el hijo dice “no”, tanto más el padre debe decir “sí”. A medida que el hijo crece, los padres deben radicarse cada vez más en una certeza que sea más grande que la actitud de los hijos. De otro modo los hijos ya no sabrán de dónde agarrarse. Y si mientras tiran de la cuerda, ésta se rompe, se pierden y es el fin, allí se arriesga verdaderamente mucho, las consecuencias son irracionalidad y anarquía.

Si todo esto está, si todo esto es verdadero, entonces debemos decir la gran palabra que define el verdadero contenido de la educación, el sinónimo más adecuado para sintetizar todo aquello que hemos intentado decir: ¡una misericordia! La educación es una gran misericordia. Es un gran, continuo perdón, “setenta veces siete” diría la Biblia, es un continuo abrazo al otro antes incluso de que cambie. Misericordia quiere decir que yo te amo antes de que tú cambies, antes de que tú te vuelvas lo que yo querría, antes de que tú te vuelvas bueno, antes de que tú te vuelvas mejor, antes de que tú obtengas las calificaciones ideales en la libreta. Antes de todo yo te amo, yo afirmo tu valor antes de cualquier éxito, antes de cualquier espera.

Esta es la educación. Esta acogida, este abrazo, este perdón, esta misericordia es el comienzo de la educación:
“Aquello que en todas partes, en otra parte, es una frustración, aquí no es sino una dulce y larga obediencia; aquello que en todas partes, en otra parte, es constricción de regla, aquí no es sino punto de partida y movimiento de abandono; aquello que en todas partes, en otra parte, es una larga usura y deterioro, aquí no es sino sostén y ocasión de crecimiento; aquello que en todas partes, en otra parte, es confusión, aquí no es otra cosa sino el manifestarse en el horizonte de la bella aventura”.(C.Peguy)